Málaga, destino inevitable

Pablo Scarpellini. Los Angeles | 2 de abril de 2012
 

«Málaga, soplo, caricia, susurro, piropo, dádiva… un romance de tres sílabas». Son rezos de una poesía dedicada a la ciudad, a lo más hondo —o casi— de la tierra andaluza, tierra mora y de cristianos, fundada por fenicios, la sexta más grande de España, punto de encuentro de culturas, de sol y de playa. Y también de fe.
 

De esa fuerza emana su Semana Santa, que es, junto al mar, uno de sus grandes orgullos, tiempo de reflexión y amigos, de echarse a la calle como se ha hecho toda la vida, un baño de masas, de gentes sencillas, plagado de matrimonios convencionales, de señoras con abanicos y su pelo recién taimado por manos peluqueras para no perderse la procesión, el paso solemne de los tronos, como les dicen allí.
 

Pero también las hay jóvenes ávidas de tradición, testigos de una devoción que solo se entiende en ese marco, en esa civilización. Como María, que deambula con frenesí durante los siete días que dura el festejo, agitada entre el compromiso laboral, el festejo y su obligación religiosa. Esa semana cumplirá con los que vienen de fuera a conocer, y con su cofradía, marchando junto a una de las representaciones más multitudinarias, de madrugada.
 

Es una más de una legión numerosa de 65.000 cofrades que entregan su nombre cada año para secundar a Jesucristo y la causa cristiana, desfilando con un paso apretado y armonioso, solemne. Y esa energía se contagia, porque aunque con tintes de tragedia, Málaga siempre tiene oferta para hacer sonreír.
 

Entre procesiones están los espetos de sardinas y las jarras de cervezas que invaden los chiringuitos de playa, calamares, calamaritos, sepia y pescado frito de todo tipo, la delicia local. O el jamón ibérico. O la Catedral de Málaga, una joya renacentista con ínfulas árabes, cristianas y góticas. O el Mediterráneo y sus muchos kilómetros de playa, en una provincia donde también existen Marbella, Mijas y Fuengirola, por nombrar algunos puntos turísticos clásicos.
 

Semana Santa y Málaga, la combinación perfecta para el trotamundos, para unas vacaciones gloriosas, en un punto de España que no recibe la atención de Madrid o Barcelona pero que es un mundo por descubrir, la experiencia del nombre antiguo de una ciudad de luz, como dijo Antonio Banderas, cófrade malagueño y amante de su patria chica. «Una ciudad aferrada a su identidad y a sus raíces” cuando el mundo, a veces, parece haber perdido el rumbo. EC

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