Iron Man 3, una franquicia con nuevos bríos

Robert Downey Jr. ha mejorado a las órdenes de Shane Black, en una cinta con un nuevo estilo de acción

Luca Verne. Los Angeles | 26 de abril de 2013

Pocas veces las segundas o terceras partes suelen ser mejores que sus antecesoras cinematográficas. Más bien todo lo contrario, empeoran con el tiempo, aunque con “Iron Man 3” no ha sido el caso, una cinta de acción que ya ha empezado a recaudar millones en todo el mundo y que, de acuerdo a los críticos, es una cinta de superhéroes redonda.

El responsable de semejante cambio no es otro que Shane Black, el director que ha reemplazado a Jon Favreau tras las cámaras en la franquicia. El ha sido el encargado de convertir ‘Iron man 3’ en la mejor película de todas en las que Robert Downey Jr. ha aparecido enfundado en su traje de metal. Y lo es por mantener en equilibrio cada uno de los componentes que hacen que una cinta de superhéroes no resulte cargante: espectacular, irónica y lo suficientemente inteligente para no tomarse demasiado en serio. Si hubiese que buscar un referente, sin duda el viejo ‘Superman’ pop de Richard Donner, no por casualidad director de ‘Arma letal’.

Robert Downey Jr. vuelve a ser él; regresa a su papel de bufón, pero esta vez al servicio de una buena causa más allá de su ego disparatado. Tony Stark-Iron man es un millonario irresponsable que sufre ataques de pánico y que apenas es capaz de controlar un impulso irreflexivo y violento hacia el desastre. Es decir, como cualquier político español. Tan sencillo, tan ridículo, tan irreal, (o no tanto).

A su lado (y aquí el gran logro de la película), Ben Kingsley se descubre como uno de los villanos más divertidos y ácidos que ha pisado una pantalla desde aquellos añorados tiempos en los que Bond era otra cosa. Mucho más pop y mucho menos autoconsciente de su musculatura. Si Heath Ledger, con su ‘brandoniana’ actitud en la interpretación del Jocker en ‘El caballero oscuro’, ofrecía bríos renovados al papel de malo, ahora es Sir Ben el que, desde el lado completamente opuesto, retrata a la perfección la estupidez intrínseca de todo lo que nos rodea. No debería perdérsela. EC

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